Por Antonio Aracre, Director General de Syngenta para Latinoamérica Sur
Hace por lo menos una década que la sociedad viene experimentando cambios graduales pero sostenidos en materia de diversidad e inclusión social. Desde la Ley de Matrimonio Igualitario al mayor conocimiento e interés sobre cómo debemos relacionarnos con las personas que pertenecen al amplio espectro autista, se nota esfuerzo de buena parte de la población a ponerse más en el lugar del otro y acercarse a estos temas con otra predisposición.
No podemos decir aún que se trate de un fenómeno masivo o que no permanezcan resquicios de intolerancia que se siguen viendo todavía en los repudiables episodios de violencia extrema a la salida de los boliches o el tan comentado como irresuelto bullying en las escuelas, que sigue cobrando víctimas, muchas veces con la complicidad (el silencio también lo es) de directivos y docentes.
Las corporaciones empresarias y gubernamentales, más expuestas al escrutinio social, suelen hacer mejor los deberes. A veces por convicción, otras por razones políticas y hasta económicas, reconocen que el cambio en ese sentido es una tendencia irreversible y se disponen a transitarlo. Aún así, ninguno de mis CEOs colegas parece dispuesto a acompañarme en la patriada de estar OUT. ¿O seré el único?
¿Pero qué pasa en los deportes de Alta Competencia? ¿Cuantos jugadores de fútbol de primera división en nuestro país y en el mundo se han reconocido abiertamente gays? Y en los top 100 del tenis profesional, ¿sabemos de al menos 5 o 10 que se hayan manifestado en tal sentido?
¿A qué le temen? ¿A ser abandonados por sus fans más recalcitrantemente machistas? ¿Las marcas sponsors les recomiendan no avanzar en ese sentido? ¿Es una auto censura que se gesta en la percepción de un ambiente hostil que el jugador percibe desde chico para avanzar en ese sentido? En estos días tuvimos una sorpresa agradable por parte de un jugador de futbol de la liga cultural de La Pampa, pero está claro que todavía estamos a años luz de naturalizar lo obvio.
No cabe ninguna duda que todas las personas tenemos derecho a preservar en la intimidad nuestra orientación sexual. Pero también sabemos que hay muchas personas que desean poder expresarse y que de no poder hacerlo en un ambiente seguro y de aceptación, enferman y en casos extremos deciden quitarse la vida. Mucho tiene que ver la falta de modelos sociales exitosos en la vida personal y profesional, de conocimiento popular y masivo, que les permita a tales personas (sobre todo chicos y adolescentes) identificarse con ellos, pensarse en una trayectoria de felicidad posible y hablar sin miedo sobre lo que les pasa sin sentirse como bichos raros y listos para someterse a la burla de sus pares o al rechazo de su entorno afectivo y/o social.
De ahí la importancia que en ámbitos de reconocida popularidad como los deportes de Alta Competencia se comience a estimular estos gestos. Eso también contribuiría a deconstruir la mentalidad de algunos clubes que hacen un culto del modelo del “macho” y después lamentan profundamente la degradación humana que como sociedad tuvimos que ser testigos al ver la atrocidad de los hechos últimos en Villa Gesell. Aún hoy algunos equipos de fútbol femenino no pueden entrenar en las mismas canchas que sus pares varones. Y huelga decir que la ofensa predilecta de las hinchadas rivales sigue apuntando al de “puto y cagón”.
Y ya que hablamos de igualdad de derechos y de inclusión en el deporte, los periodistas especializados quizás deban aggiornarse también. Hace pocos meses uno de nuestros tenistas más reconocidos por sus premios en el mundo, y número 1 en su categoría, Gustavo Fernández, decidió bajarse de la terna de los premios Olimpia. Lo hizo con la convicción de que su deporte era el tenis y merecía ser reconocido como tal, como uno de los mejores tenistas del mundo (además de ser un tipo con valores que exceden por lejos lo que se ve como promedio en la sociedad que nos toca vivir). Pidió competir como tenista pero se lo negaron. Lo quisieron encasillar en una terna especial sólo por tener el tremendo mérito de jugar en una silla de ruedas.
Cuánto nos falta avanzar como sociedad aún, ¿no les parece?
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