Por Esteban Paulón, Director Ejecutivo del Instituto de Políticas públicas LGBT+, activista de la Federación Argentina LGBT e integrante del Consejo Consultivo (ad honorem) del Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad.
El paisaje lucía distinto. Lejos de las medidas de aislamiento y distanciamiento social que en 2020 han vaciado los espacios públicos, aquella fría madrugada de julio de 2010, la Plaza de los dos Congresos rebasaba de gente, banderas multicolores, cantos y entusiasmo.
A las 4:05 de la mañana se escuchó por el equipo de sonido que presidía el escenario, el audio que desde un canal de noticias anunciaba que “el matrimonio gay es ley en Argentina”. Y estallaron los festejos. Nos abrazamos, lloramos, saltamos. Nos unimos en un solo grito: “igualdad”, “igualdad”!.
El camino iniciado en diciembre de 2005, cuando la FALGBT presentó el primer proyecto de ley de Matrimonio Igualitario en el Congreso, llegaba a su meta, dejando atrás una historia de exclusión e invisibilidad; pero de enorme orgullo y de luchas contra la cultura de la vergüenza que nos quisieron imponer.
Quedaban atrás también muchas historias, personales y colectivas. E incluso la incomprensión de parte de nuestro colectivo que explicaba que debíamos conformarnos con migajas, que una Unión civil nacional bastaría para aplacar tanta sed de derechos. Pero no pudieron, ni ellos ni tantos sectores que hasta último momento intentaron impedir en el Parlamento, lo que ya era una conquista alcanzada en la sociedad.
A lo largo de un intenso y profuso debate, casi omnipresente en los meses anteriores a aquella madrugada helada, la sociedad argentina había decidido dejar atrás los armarios, dejar atrás la vergüenza, dejar atrás tanto sufrimiento inútil, y avanzar con paso firme hacia una sociedad con lugar para todas, todos y todes.
Esa noche, esas luchas y esas conquistas, ya tienen su página en la historia grande del país. Y su legado sigue más vigente que nunca, a pesar de todo lo que aún falta para que la igualdad legal, se transforme en igualdad real.
Porque ninguna ley que garantice derechos transforma automáticamente las condiciones objetivas, profundamente sociales y culturales, que son el origen de la discriminación y los prejuicios. Por eso nos queda por delante tanto camino por recorrer!.
Un camino que se nos presenta en un contexto distinto. Porque la ley de Matrimonio Igualitario tuvo un impacto social que va mucho más allá del paquete derechos que otorga. Un impacto de carácter pedagógico para quienes somos contemporáneos a la norma, y para las generaciones que vienen.
Ese impacto pedagógico nos pone quizá frente a la primera generación “nativa igualitaria”. Una generación que nació y creció con las leyes de la Igualdad (Matrimonio Igualitario e Identidad de Género entre otras), como hechos cotidianos. Una generación para quienes este marco legal es un piso desde el cual conquistar otros derechos.
Muchas, muchos y muches de quienes hoy transitan su infancia y adolescencia habrán bailado en nuestros casamientos, compartido el patio de alguna escuela con un compañero o compañera trans o no binarie, se habrán divertido con cuentos, historias, películas y dibujos animados en los que la diversidad es algo visible y valorado.
Para elles la diversidad no es un valor abstracto. Es la banda sonora de su vida cotidiana. Y eso es uno de los mayores reaseguros que tenemos como sociedad, para impedir que a algunos sectores se les ocurra, siquiera, intentar dar un paso atrás.
A 10 años de la aprobación de la ley de Matrimonio Igualitario, miro atrás y veo todo el camino recorrido. Pero también miro al futuro y soy más optimista que nunca. Esta generación nativa igualitaria lo va a hacer mucho mejor que nosotres, será más inclusiva, más abierta y más potente, para lograr todo eso que aún nos queda por conquistar.
A 10 años de la ley que lo cambió todo,y 20.440 matrimonios después, Feliz igualdad!
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